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Leyendo los testimonios de quienes fueron postulados para predicadores locales y ordenados de la iglesia, pude ver un patrón recurrente: muchos tuvieron que lidiar en la relación con sus padres.
Es evidente que las situaciones en el hogar, las familias ensambladas, el ataque de la sociedad al núcleo familiar, todo atenta contra el plan de Dios para la familia y en especial contra los más vulnerables: los hijos. Por eso, quiero que pensemos en qué huella estamos dejando en los corazones y en las mentes de los más frágiles, de quienes no pueden defenderse, contraatacar, valerse por sí mismos.
¿Estamos impactando positiva o negativamente a las futuras generaciones? ¿Cómo nos recordarán? ¿Me catalogarán como un buen o mal padre, como una persona que trajo bendición o dolor? En las Sagradas Escrituras vemos casos de padres que no fueron buenos ejemplos. Aprendamos de sus errores.
Elí, el sacerdote (1 Samuel 1-4)
Este hombre tenía dos hijos, Ofni y Finees, sacerdotes de Jehová, que “eran hombres impíos, que no tenían conocimiento de Jehová” (1 Samuel 2:12) que hacían que los colaboradores roben de las ofrendas, tenían mala fama, dormían con las mujeres que velaban en la puerta del tabernáculo de reunión (2:22). Dios confronta a Elí por medio de un profeta, y dice: “¿Por qué habéis pisoteado los sacrificios y las ofrendas que yo mandé ofrecer en el Tabernáculo? ¿Por qué has honrado a tus hijos más que a mí, haciéndolos engordar con lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? Por eso Jehová, el Dios de Israel, dice: “Yo había prometido que tu casa y la casa de tu padre andarían siempre delante de mí”; pero ahora ha dicho Jehová: “Nunca haga yo tal cosa, porque yo honro a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (2:29-30).
Aprendamos de los errores de Elí y llenemos a nuestros hijos e hijas del conocimiento del Señor, instruyéndolos en la Palabra de justicia, guiando al niño en el camino divino para que aun cuando fuere viejo no se aparte de él. Inculquémosle el temor reverente del Señor, la honra a Su casa, el respeto por lo sagrado, para que ellos puedan vivir en sabiduría. No hay peor cosa que tocar (robar) lo que ha sido consagrado a Dios, como lamentablemente aprendió Acán, quien tomó el dinero, el manto, el lingote de oro consagrado a Dios y por eso murieron “sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía” (Josué 7:23-25). También debemos enseñarles a vivir en santidad, entendiendo que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo.
Varón, que Dios te guíe a dejar un legado glorioso, Te bendigo en el nombre de Jesús. Amén.
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